
Clara Rincón nació en los subsuelos subsidiarios de la estación ferroviaria del metro en lo alto de una farola. Quiso volar y ser paloma y atrapar entre sus dedos de piedra y noche algún resquicio de luz. Se alargó sobre sus palmas y estiró el cuello en un amago de crecer y creció. Se hizo árbol y se convirtió en sombra.