Clara Rincón espera sumida en el silencio el lento cabalgar de las horas. Como un fardo más en el fondo de la sala cuenta los minutos. Desde su corta estatura todo lo que alcanza a ver son figuras de negro con rostros blancos, pálidos, cadáveres que se amontonan en el salón. Rostros tristes, serios, tal vez compungidos, pero todos son máscaras del engaño, atroz, que sube por su garganta hasta despellejarla, viva.
miércoles, 1 de agosto de 2007
Clara Rincón 15
A los siete años Clara Rincón pierde su sentido vertical y aletea gravilla y grava bajo sus párpados y lengua. Come piedra y la sangre comienza a fluir, rojo arriba, rojo abajo hasta que su mundo se paraliza y surgen las estrellas que la cubren bajo un manto negro. Clara Rincón patalea mientras los hombres de blanco la sujetan con fuerza y siente la aguja suturando sus comisuras en camisas de guantes blancos. Mariposa en los jardines del alba sosteniendo un guijarro entre sus dientes, y Clara Rincón respira y siente que todavía puede mover sus alas.
Clara Rincón 14
Clara Rincón se asoma a los tejados y divisa el sol desde sus manos y desde cada punta de sus dedos. Se siente pájaro y rama y arbusto, un elemento más de ese paisaje ambarino, pluma y horizonte, perspectiva horizontal en los vórtices del alma.
Clara Rincón es fragua de su soledad, diafragma del apéndice de sus días, suspira alto hasta elevar su aliento en el torrente celestial de agua caída del pico de un pájaro.
Clara Rincón 13
A Clara no le apetece salir de noche. Se queda en casa observando las manecillas del reloj girar hasta que su cabeza se convierte en la noria de cualquier feria de atracciones. Se fija Clara en el punto redondo de su universo y agua viva de sus noches. Tiene Clara en qué pensar: en un mundo sin color que se va apagando al mismo tiempo que lo hacen las estrellas que se alzan sobre su cama. La noche regala su magia y Clara la atrapa y la hace suya, la mece en su rincón de versos.
Clara Rincón 12
A los cinco años sale de casa por vez primera acompañada de su madre. La cuerda le tira, le oprime los párpados y con sus gafas de doble concha empaña los cristales de todos los escaparates. Se para frente a uno y se alza de puntillas para poder ver mejor. Se acerca tanto que el cristal y Clara se hacen amigos inseparables. De pronto todo se hace negro y de Clara no queda más que una masa deforme estirándose y alargándose, creciendo y menguando, un átomo más de aquel escenario mientras su madre tira de la cuerda… Clara se hincha y encoge varias veces como un globo hasta que al final revienta esparciéndose en diminutos confetis por el desagüe.
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