A los tres años en su primer día de colegio, Clara adivinó pronto lo que eran los rincones. La dejaban siempre allí, en su butaca de madera, apartada del resto, mirando desde afuera la clase. Clara veía a los niños como muñecos de trapo, pero les oía reír y sus voces torturaban su silencio hasta alcanzar límites sangrientos en su muñeca magullada.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario